Según un estudio publicado por Lauchmetrics, el 63% de los millennials coinciden en que, por norma general, son más propensos a confiar en las opiniones de los influencers que en la publicidad de las propias marcas. Y es que estos profesionales, estos líderes de opinión, se han convertido en todo un referente para los usuarios; motivo por el cual son, a día de hoy, una herramienta imprescindible para las empresas a la hora de estrechar el contacto con sus consumidores. Tal es su éxito que en los últimos tiempos han comenzado a aparecer influencers virtuales. ¿Terminarán quitándole el trabajo a los de carne y hueso?
El marketing de influencers es en la actualidad una de las estrategias más populares y efectivas que se pueden encontrar para prácticamente cualquier sector. Sin embargo, la preocupación por que la evolución de esta práctica, siendo cada vez más complicado encontrar influencers que realmente sean líderes de opinión con comunidades de seguidores bien formadas y con un fuerte engagement, como ya tratamos en nuestro artículo ‘Aprende a medir la audiencia de un influencer en tres pasos’, es creciente, pues con la proliferación de este tipo de profesionales también han surgido personas que se aprovechan de la compra de seguidores para presentarse como influencers cuando no van a repercutir los beneficios usuales al ser bots, en vez de seguidores reales, es decir consumidores, los que conforman su comunidad de seguidores.
Pero no solo eso: también hay que tener en cuenta que los influencers son personas de carne y hueso, cuyas acciones repercuten no solo en su imagen, sino en la de la marca, cuando son sus representantes, por lo que para muchas empresas trabajar con este tipo de profesionales como imagen de marca supone un riesgo para la suya propia. Sin embargo,
¿qué pasaría si los influencers dejasen de ser personas físicas y se convirtiesen en herramientas tecnológicas al servicio del marketing?
Lil Miquela es una de las influencers virtuales que más han captado la atención del sector de la moda desde que aparecieron las figuras de los influencers o súper modelos digitales. Con más de un millón de seguidores en Instagram, ya ha trabajado con marcas de primer nivel como Proenza Schouler, Coach o Balenciaga. Tal es su fama y la calidad de su perfil que, de hecho, hace tan solo unos meses tuvo que aclarar que, efectivamente, era un robot y no una persona real. Bermuda, Blawko o Shudu son los nombres de otros influencers digitales que están cobrando cada vez más importancia dentro de las redes sociales.
Sin embargo, si el marketing de influencers supuestamente funciona, precisamente, porque los consumidores confían en la opinión de estos líderes de opinión, ¿cómo van a poder seguir haciéndolo si estos influencers no tienen una opinión propia puesto que realmente no existen, sino que pertenecen a alguien en “la sombra”? Un debate que presenta la necesidad de regular las acciones de estos influencers virtuales para no llevar a error a sus seguidores, sobre todo cuando ya se han dado casos en los que ha existido la confusión.
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